jueves, 3 de diciembre de 2009

Crónica de una venganza fantasmagórica

x Frizlang

En algún momento del mes de noviembre del año 2009.
En algún rincón de la sucia Lima, en algún momento de la noche.

Desde su escondite secreto, el bastardo asmodeo se sienta y escribe que, estando presentes los compañeros y compañeras de Internet, deja constancia de su ultima misión en las calles, efectuada sin autorización del consejo obseso, y con el deseo de aclarar algunas dudas sobre la naturaleza y el sentido de los males de amores, esos que no matan pero duelen, y cuya sangre derramada hierve y clama por venganza.
Para preservar la clandestinidad y el misterio de este club, traduciré el reportaje al lenguaje del año de la vaca loca voladora. Cualquier coincidencia con nombres de personas, lugares o animales es pura coincidencia.

Era la segunda vez que salía aquel fin de semana. Lo había hecho hace unas horas, sobreviviendo a una misión suicida, en la cual liquidamos a un trío de guerreras del alcohol (una nos dijo que tocaba rock, la otra insistió que le regaláramos flores, y la más seria nos conmino a beber hasta la nausea). Pero ahora, el carácter de la misión era más enigmático, porque iríamos a un recital de poesía femenina, que se efectuaría por la plaza de armas.
Nos dirigimos hasta el sitio de encuentro, y dimos vueltas obsesivamente hasta dar con la dirección. Se trataba de una quinta tomada por un grupo cultural. Esperábamos la llegada de Ollé, Santisteban y Moromisato, pero solo se presentó ésta última. Así que la escuchamos recitar sobre los beneficios de la globalización, lo malo de la piratería, la necesidad de que los sectores populares accedan a la cultura, y alabado sea dios. Solo un niño protestaba. Quería escuchar poemas y cuentos, no propaganda consumista.

Resignados, nos dirigimos al lugar de la masacre, el mao bar. Pero era muy temprano, y todavía no había un alma pérfida. Así que buscamos comida en un lugar oscuro, cuyas paredes estaban cubiertas de viejas fotos y recortes de revistas pornográficas de mediados del siglo XX. Al salir, pasamos por la quinta, y esta vez vimos un espectáculo sado lésbico que complació a más de un longevo. Las artistas del puñal mostraron sus senos. Yo aplaudí hasta las lágrimas.
Regresamos a la calle, y en el trayecto a quilca nos encontramos con un concierto subte. Entramos un par de horas, a escuchar mentar la madre a todos los gobiernos y a todos y cada uno de los felices asistentes. El local sirve de día como fachada del capitalismo, con carteles de asesoría jurídica para la defensa de la propiedad y la resolución de litigios. Pero esa noche estaba llena de marginales, anarquistas y hasta mujeres anarquistas (lo cual es una contradicción, pero estaban allí).
Esta vez salimos directamente hacia el mao bar. Era mi primera vez en ese lugar, pero su fama le precedía, lo cual aumentaba mis ansias de conocerlo. Entramos, recorrí el primer piso y subí al segundo, para encontrarme al final del pasillo con un mega retrato del inefable mao tze tung, que vigilaba atentamente desde las alturas los contorneos eróticos de sombras góticas que empezaban a llenar el ambiente de alegre perdición. Fue entonces que conocí la misión: había que liquidar a la responsable de todas las desgracias, la madre de todos los males, el origen del mal; en suma, la obsesión fantasma, la mujer de nombre impronunciable, la lilith de todas las liliths, etc.

El corazón es como las estrellas. Brilla con luz propia, porque quiere creer en el amor. Pero se opaca, porque no quiere ser lastimado. El corazón quiere que el amor le ilumine para siempre, pero teme entregarse a la oscuridad. Blake dijo que cuando una estrella duda, deja de brillar. Por tanto, nuestra misión era ubicar a la mala estrella que atormentaba a nuestro amigo fantasma, y poner en duda su maléfico poder sobre el Guerrero de la Oscuridad. El señor Venganza y el Señor Chow iban a ajustar las cuentas con esa infame engreída.
Pero la operación se frustró. El altar del sacrificio estaba listo, los verdugos preparaban sus mentes, pasaban dibujos animados en el bar, pululaban hombres pintados y mujeres de negro, pero la pitonisa suprema no dignó presentarse. Sin duda, estaría en algún festín demoníaco, bailando en el fondo del averno, o leyendo el necronomicon en la terraza del titanic. El caso es que esta aventura solo tenía una solución. Nos dirigimos al infierno. Descendimos por el largo túnel que creó la caída de Luzbel.

Nos arrastramos hasta el último círculo infernal, y estuvimos a punto de sucumbir a los encantos de las arpías, cuando una voz nos rescató de las tinieblas. Grande fue nuestra sorpresa. El Fantasma nos llamaba desde la frontera entre el infierno y el cielo. ¡Chicos, vengan y miren! Nos acercamos y no dimos crédito a nuestros ojos. ¡La innombrable estaba en el paraíso! ¿Cómo es esto posible? pregunté. El fantasma me señaló que antes en Dios todo era posible. Pero dios había muerto. Sin dios, en la mujer nada es imposible. Consternados por el curso de los acontecimientos, regresamos a la tierra. ¿Sería posible que el perdón supere en placer a la venganza?
Terminamos la noche tomando una cerveza en el nuclear bar, con una explosión nuclear de fondo y metalica tocando en un coliseo romano. En estos días, mi obsesión por la venganza me llevó a leer Crimen y Castigo. No ha nacido el Dostoiewski que nos narre un hecho elemental de la vida. El hecho de que los fantasmas perdonan, pero nunca olvidan.
J.V.Frizlang